Fue en efecto Jovellanos el
primer magistrado que dejó de usar la peluca de estilo; y su ejemplo, imitado
por otros en cuanto se supo que era tal el gusto del presidente del Consejo,
desterró esa costumbre de los tribunales españoles. Lo cual, dicho sea de paso,
ocasionó algunas punzantes murmuraciones contra el joven alcalde, puesto que imaginaron
muchos que era el deseo de lucir su figura lo que le obligaba a prescindir del ridículo
adorno. Porque era Jovellanos de proporcionada estatura, airoso de cuerpo, de semblante
agraciado y expresivo, ojos rasgados y vivos y larga y rizada cabellera, y de
modales sueltos y elegante; su vestido siempre esmerado, su voz agradable y
simpática, su conversación amena y entretenida. Era religioso sin afectación,
ingenuo, sencillo como un niño, siendo fácil empeño engañare; amante de la
verdad, aficionado al orden, suave en el trato, firme en las resoluciones, agradecido
a sus bienhechores, en la amistad constante, en el estudio incasable, duro y
fuerte para el trabajo. Oía con placer los consejos de los amigos y respetaba
la opinión de doctos; pero cuando su convicción o su conciencia le impulsaban a
obrar de una manera, todos los esfuerzos del mundo no fueron bastantes a desviarle
de su propósito. Esa es la base de la justa reputación de Jovellanos: los hombres
nacidos a gobernar y a influir en las sociedades humanas, se han de distinguir
más bien acaso por el carácter que por la inteligencia. Con largos estudios y
con un ingenio privilegiado, pero con un carácter débil, se puede ilustra o causar
asombro a la humanidad, pero no se gobierna.
Cándido Nocedal
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