Silvio Berlusconi
aparece sonriente tras las elecciones: otro día en la oficina. Berlusconi cada
día se parece más al gigoló Joe de Inteligencia
Artificial si lo hubiera interpretado Mickey Rourke. Una cabeza
calafateada, entre la máscara y el plasma.
En las
últimas elecciones italianas ha triunfado el sueño de cierta Europa que detesta
todo lo que huela a lo que llaman puritanismo useño. Para el intelectual europeo, por una mágica
razón, parece ser que el regirse por unos principios lleva, implacable, a la
jungla. Aquí en el Viejo (¿habrá que escribir ya Decrépito?) Continente se habla mucho de profundizar en la
democracia, pero cuando apenas rascas en la soñada utopía de profesores y
periodistas aparece la pesadilla de la planificación. Y la planificación sólo es
aceptable para nuestros grandes cerebros si se trata de un andamiaje astral de
tornillería gaseosa. En el planeta tierra, democracia rima con eficacia y si
esto lo olvidamos al político democráticamente elegido lo sucede el tecnócrata,
como mal menor, o el caricato, como
desastre mayor. Cuando la realidad se manifiesta en su espléndida crueldad los
nuevos redentores abominan de todo y, claro, el ideal cojo y manido le cae a
Beppe Grillo como algunos madridistas depositan el señorío en manos de Alfredo Relaño, después de hinchar tanto la
palabra, que la acaba explotando Mourinho con su mejor por qué. Del recauchutado viven muy bien algunos vivillos.
Escribe
Arcadi Espada que el sería liberal si tuviera pueblo, pero, ¿y las elites?
(pronúnciese en francés) ¿tenemos elites?
La
nueva Italia de la izquierda extravagante va a ser la apoteosis del carril bici,
punto capital en el programa electoral grillado, con olvido de las calzadas
romanas, sacras o apias, y sus puentes, adoquines y miliarios, todo tan vertebral
y por tanto fascista. Ahora primará el tobogán que no lleva a ninguna parte
pero por lo menos entretiene. He viajado a Sevilla después de muchos años y a
punto he estado de calarme de nuevo la peluca. Las bicicletas se han adueñado de
la ciudad por la vía del aquí estoy yo, y no tienen miramientos con los
peatones. El automovilista ha pasado por un proceso civilizador fructífero. Hoy
hay que meter en vereda al ciclista, pero mientras aquel tenía la arrogancia
del moderno, este se acoge a la soberbia del buen salvaje, semilla y planta del
pueblo en lucha por su dignidad y un 3% pa’tós.
¿Estará
el centro-izquierda italiano por encima de las circunstancias? ¿Ha dimitido el
Papa, no por lo que dicen que apesta dentro del Vaticano, sino por el olor a
descomposición que viene de extramuros? Mientras Benedicto XVI rezará en
clausura por nosotros, Berlusconi, bajo los oros de los Aldobrandini, soñará con
ovejas bunga-bunga.