viernes, 1 de febrero de 2013

Beyond the sport


En los últimos días han aparecido dos noticias deportivas beyond the sport. La primera tiene como escenario un partido de la Copa de Holanda de fútbol entre Den Bosch y AZ Alkmaar. El árbitro Reinold Wiedemeijer suspendió el juego por los gritos racistas proferidos por la hinchada local contra un jugador de raza negra visitante. Aunque al club le costó callar a los energúmenos, el partido pudo continuar con desquite del jugador humillado: marcó uno de los cinco con los que ganó su equipo.  Además, la junta directiva del Den Bosch, que dijo sentirse avergonzada, prometió hacer todo lo posible por identificar y castigar al grupo de hinchas ofensores. Los medios han tratado la noticia con el estándar habitual para este tipo de sucesos con final feliz: alabanza de árbitro y menosprecio de hinchada, pero un poco rutinariamente, pues sobreabundan hoy los aficionados al fútbol haciendo el mono.

La segunda noticia nos coge más cerca. Tiene lugar en Cataluña, en la Cataluña que llena portadas y vacía bolsillos. Así suceden los hechos: En un partido infantil de baloncesto en Lérida, un árbitro, cuyo nombre no concemos, pidió que se retirara una bandera independentista que había en la cancha junto a la mesa de trofeos. El entrenador local se negó. El público se encabritó y saco sus propias estrelladas, pero el árbitro consiguió por un rato su propósito. Ante la infamia de que los tiernos jugadores no tuvieran un lucero que les guiara en los contraataques, el club se pone en contacto con la federación catalana, que dice que faltaría más, que adelante con las estrellas. ¡Y más en un partido infantil! La bandera vuelve a su sitio.

Tras el partido, el árbitro desaparece pero sus contradictores se explayan.  El club, vía twitter, rechaza la actitud del colegiado y agradecen el apoyo del presidente de la federación. El vicepresidente le conmina a preocuparse de arbitrar que "de todo lo que sea exterior y no afecte al partido él no se tiene que preocupar de todo esto" [sic]. Se estudian medidas disciplinarias.
 
Tenemos dos árbitros que actúan de forma similar ante la utilización política de una competición deportiva. (Sí, también los gritos racistas son una manifestación política, aunque nos hayamos acostumbrado a ellos.) Pero mientras para el holandés todo serán parabienes y europeidad -he ahí un hombre-, el árbitro catalán ha desaparecido con el sólo hecho de las amenazas. Que en las casas de techo bajo no se necesita más. Seguro que ni lo sancionan ni nada. La noticia ha trascendido lo suficiente para que todo el mundo se entere de lo que vale el paño local. Pero que no se airee demasiado. Protejamos al árbitro, dirán unos. No publicitemos que hay un tío con un par que es capaz de enfrentarse a todo un civilizado público nacional-deportivo, pensaran otros. Sospecho que el pobre árbitro, como su colega holandés, no quiso ser un héroe. Simplemente cumplió con su obligación. En Cataluña. En España.

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