En los últimos días han aparecido
dos noticias deportivas beyond the sport.
La primera tiene como escenario un partido de la Copa de Holanda de fútbol
entre Den Bosch y AZ Alkmaar. El árbitro Reinold Wiedemeijer suspendió el juego
por los gritos racistas proferidos por la hinchada local contra un jugador de
raza negra visitante. Aunque al club le costó callar a los energúmenos, el partido
pudo continuar con desquite del jugador humillado: marcó uno de los cinco con
los que ganó su equipo. Además, la junta
directiva del Den Bosch, que dijo sentirse avergonzada, prometió hacer todo lo
posible por identificar y castigar al grupo de hinchas ofensores. Los medios
han tratado la noticia con el estándar habitual para este tipo de sucesos con
final feliz: alabanza de árbitro y menosprecio de hinchada, pero un poco
rutinariamente, pues sobreabundan hoy los aficionados al fútbol haciendo el mono.
La segunda noticia nos coge más
cerca. Tiene lugar en Cataluña, en la Cataluña que llena portadas y vacía bolsillos.
Así suceden los hechos: En un partido infantil de baloncesto en Lérida, un
árbitro, cuyo nombre no concemos, pidió que se retirara una bandera
independentista que había en la cancha junto a la mesa de trofeos. El
entrenador local se negó. El público se encabritó y saco sus propias
estrelladas, pero el árbitro consiguió por un rato su propósito. Ante la
infamia de que los tiernos jugadores no tuvieran un lucero que les guiara en
los contraataques, el club se pone en contacto con la federación catalana, que
dice que faltaría más, que adelante con las estrellas. ¡Y más en un partido
infantil! La bandera vuelve a su sitio.
Tras el partido, el árbitro
desaparece pero sus contradictores se explayan.
El club, vía twitter, rechaza la actitud del colegiado y agradecen el
apoyo del presidente de la federación. El vicepresidente le conmina a preocuparse
de arbitrar que "de todo lo que sea exterior y no afecte al partido él no se tiene que preocupar de todo esto" [sic]. Se estudian medidas disciplinarias.
Tenemos dos árbitros que actúan de forma similar ante la utilización política de una competición deportiva. (Sí, también los gritos racistas son una manifestación política, aunque nos hayamos acostumbrado a ellos.) Pero mientras para el holandés todo serán parabienes y europeidad -he ahí un hombre-, el árbitro catalán ha desaparecido con el sólo hecho de las amenazas. Que en las casas de techo bajo no se necesita más. Seguro que ni lo sancionan ni nada. La noticia ha trascendido lo suficiente para que todo el mundo se entere de lo que vale el paño local. Pero que no se airee demasiado. Protejamos al árbitro, dirán unos. No publicitemos que hay un tío con un par que es capaz de enfrentarse a todo un civilizado público nacional-deportivo, pensaran otros. Sospecho que el pobre árbitro, como su colega holandés, no quiso ser un héroe. Simplemente cumplió con su obligación. En Cataluña. En España.
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