viernes, 15 de febrero de 2013

Rubalcaba y Schwarzenegger


Rubalcaba no puede, no debe, presentarse ante mis ojos después de que yo haya visto la última película de Schwarzenegger. Arnold y Alfredo pertenecen a la misma generación y aparecieron en nuestras vidas más o menos por la misma fecha. Pero la comparación de sus decantaciones físicas a día de hoy no puede ser más descorazonadora para el socialista. El austrouseño sigue repartiendo a diestro y siniestro aunque la edad haya acentuado sus movimientos de androide. El nuestro apenas puede convencernos si lleva traje o el traje lo lleva a él. Es lo que va de la robótica a la ortopedia.

La clave está en que un día Rubalcaba, que era un buen atleta, se convenció de que para ser algo en la vida había que hacer estiramientos lumbares en los pasillos hasta adquirir una percha entre Lorenzo de Médicis y José Luis López Vázquez. Un maquiavelismo con manguitos para un mundo socialdemócrata. Sin embargo, Schwarzenegger, de familia mucho más humilde,  quiso prosperar a base de levantar pesas: la forma más carnalmente descarnada de hacerse a sí mismo. Y como su temperamento le pedía cambiar las gélidas tierras centroeuropeas por un mundo en combustión, partió a América con sólo un taparrabos, protección de la única parte de su cuerpo que no iba acorazada de fábrica.

Posturitas de día, estudiante de noche, pasó de los concursos de culturismo al estrellato cinematográfico con la más asombrosa equivalencia entre bíceps y rostro. Schwarzenegger es el único musculitos que saca bola sin que se le crispe la mandíbula. Se la encajaron a soplete y martillo. Ni siquiera se interpreta a sí mismo. Sólo le basta con ponerse delante de la cámara, que más que fotogramas, le saca radiografías en movimiento.

Rubalcaba tiene fama de inteligente y Schwarzenegger la tuvo de simplón avispado, que era a lo más que llegaban los repartidores de credenciales culto-morales, pues con la carrera que llevaba no podían llamarlo directamente tonto. Pero lo salvó el humor. Lo salvó entonces y lo salva ahora. Inolvidable fue aquella ocasión, en plena campaña electoral californiana de 2003, cuando ironizaba con todos aquellos que se sorprendían que hiciera películas si no sabía actuar y que en ese momento luchaban para que no fuera gobernador con la excusa de que era un artista de Hollywood: lo habían convertido en actor.

Y es que, si te dedicas a profesiones tan expuestas como la política o el cine, un cierto distanciamiento cuando vas cumpliendo años es lo que te permite no caer en el ridículo. En El último desafío Schwarzenegger se aplica en reírse de sí mismo sin llegar a la parodia. Entre mamporro y mamporro aún recita sus frases lapidarias como latigazos de Cristiano Ronaldo. Rubalcaba suelta en su última comparecencia pública las siguientes perlas : “He pedido a mi grupo parlamentario lo que gano” y “Todos vamos a hacer un striptease económico”. O sea, que toda la catarsis anticorrupción va a quedar en un Full Monty de vivillos sin guasa, que se creen que somos gilipollas. A mí Arnie siempre me ha caído muy bien.

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