Rubalcaba
no puede, no debe, presentarse ante mis ojos después de que yo haya visto la
última película de Schwarzenegger. Arnold y Alfredo pertenecen a la misma
generación y aparecieron en nuestras vidas más o menos por la misma fecha. Pero
la comparación de sus decantaciones físicas a día de hoy no puede ser más
descorazonadora para el socialista. El austrouseño sigue repartiendo a diestro
y siniestro aunque la edad haya acentuado sus movimientos de androide. El
nuestro apenas puede convencernos si lleva traje o el traje lo lleva a él. Es
lo que va de la robótica a la ortopedia.
La
clave está en que un día Rubalcaba, que era un buen atleta, se convenció de que
para ser algo en la vida había que hacer estiramientos lumbares en los pasillos
hasta adquirir una percha entre Lorenzo de Médicis y José Luis López Vázquez.
Un maquiavelismo con manguitos para un mundo socialdemócrata. Sin embargo, Schwarzenegger,
de familia mucho más humilde, quiso
prosperar a base de levantar pesas: la forma más carnalmente descarnada de
hacerse a sí mismo. Y como su temperamento le pedía cambiar las gélidas tierras
centroeuropeas por un mundo en combustión, partió a América con sólo un
taparrabos, protección de la única parte de su cuerpo que no iba acorazada de
fábrica.
Posturitas
de día, estudiante de noche, pasó de los concursos de culturismo al estrellato cinematográfico
con la más asombrosa equivalencia entre bíceps y rostro. Schwarzenegger es el
único musculitos que saca bola sin que se le crispe la mandíbula. Se la
encajaron a soplete y martillo. Ni siquiera se interpreta a sí mismo. Sólo le
basta con ponerse delante de la cámara, que más que fotogramas, le saca
radiografías en movimiento.
Rubalcaba
tiene fama de inteligente y Schwarzenegger la tuvo de simplón avispado, que era
a lo más que llegaban los repartidores de credenciales culto-morales, pues con
la carrera que llevaba no podían llamarlo directamente tonto. Pero lo salvó el
humor. Lo salvó entonces y lo salva ahora. Inolvidable fue aquella ocasión, en
plena campaña electoral californiana de 2003, cuando ironizaba con todos
aquellos que se sorprendían que hiciera películas si no sabía actuar y que en
ese momento luchaban para que no fuera gobernador con la excusa de que era un
artista de Hollywood: lo habían convertido en actor.
Y es
que, si te dedicas a profesiones tan expuestas como la política o el cine, un
cierto distanciamiento cuando vas cumpliendo años es lo que te permite no caer
en el ridículo. En El último desafío Schwarzenegger
se aplica en reírse de sí mismo sin llegar a la parodia. Entre mamporro y
mamporro aún recita sus frases lapidarias como latigazos de Cristiano Ronaldo. Rubalcaba
suelta en su última comparecencia pública las siguientes perlas : “He pedido a
mi grupo parlamentario lo que gano” y “Todos vamos a hacer un striptease económico”. O sea, que toda la catarsis anticorrupción
va a quedar en un Full Monty de vivillos sin guasa, que se creen que somos
gilipollas. A mí Arnie siempre me ha caído muy bien.
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