jueves, 25 de abril de 2013

Los franquistas buenos (Críticas sin credenciales, I)

Arcadi Espada
 

Formato: Versión Kindle
Precio: 13,29 €
Tamaño del archivo: 727 KB
Longitud de impresión: 312
Editor: Espasa (12 de marzo de 2013)
Vendido por: Amazon Media EU S.à r.l.
Idioma: español
ASIN: B00BFS706S

La obra de Arcadi Espada es un compromiso con la escritura, es decir, con la verdad. Por eso su estilo es terso. De una imperceptible tensión de cuerda de arco en cualquier momento dispuesta a disparar. Así en este libro, bajo el tema principal, que es el papel del franquismo ante el Holocausto, hechos y reflexiones, emerge el oficio de escribir y este párrafo para desmochar ficciones:

«La otra cara del mérito son los problemas que tiene cualquier escritor cuando vuelve sobre un hecho que el cine ha narrado y comprueba con desesperación que escribir es corregir. Y que su único trabajo es decapar los mitos sucesivos que las exigencias emocionales del cine han ido acumulando. Porque es verdad que el cine rescata muchos hechos del olvido; pero generalmente para trasladarlos al otro pozo profundo de la ficción. La Lista de Schindler adolece del problema señalado por Álvaro Lozano: a diferencia de lo que sucedió en la vida, casi todos se salvan. Como si de veinte mil judíos de Cracovia solo hubiesen muerto doscientos. No. Todo el mundo murió.»

Corregir. Y caminar, que estamos ante un libro de viajes. Primero transitar la escritura de otros, luego desplazarse entre los escombros del nazismo y el comunismo para descubrir las huellas de unos españoles heroicos. Unos 5.000 judíos salvados de la Solución Final en Hungría gracias a la conveniencia política del estado franquista y a la caridad de un puñado de sus servidores. El humanitarismo de Sanz Briz y sus compañeros no se materializó a pesar de franquismo sino que se alimentó de éste. Fue el nacionalismo de los “patriotas melancólicos” (Foxá, Giménez Caballero), zahories del lamento sefardí por la España perdida,  lo que utilizó Franco para jugar su carta projudía ante una más que probable victoria aliada en la guerra. Las otras cartas serían el anticomunismo y la promesa de que el régimen se desarrollaría hasta alcanzar un status homologable con los países occidentales vencedores.

Todo esto chocará a los que consideran al franquismo como la encarnación del mal sin mezcla de bien alguno. Dice su autor que es un libro para mayores de dieciocho años, para aquellos que no se quedaron en las historias del abuelo y reconocen la continuidad del estado. Y se felicitan.

Los españoles somos especialistas en mitificar épocas y así nos salen unos personajes de cartón piedra. Ni carne ni contradicciones. Sin embargo, Espada los muestra vivos a través de las fuentes, con el apoyo revisable de las declaraciones de los testigos y deudos. Ángel Sanz Briz, quintacolumnista en Madrid, cabeza de los salvadores de judíos en Budapest y siempre leal funcionario, que aparecía y desaparecía tras el telón según las órdenes de la superioridad. Jorge Perlasca, L’ impostore, que se apropió de los logros de Sanz Briz y que ahora es colocado en su justo y brillante lugar, pero sin ensombrecer a los demás protagonistas. Como a la canciller Elisabeth Tourné, la mujer que ya amparaba a judíos húngaros en plena guerra civil española. O como al abogado Zoltán Farkas, diligente y valeroso, que pago con la vida su compromiso con el prójimo.

Mención aparte  merece el descubrimiento de Casimiro Florencio Granzow de la Cerda, conocido como Cassio. Hispanopolaco, grande de España y representante diplomático en Varsovia, vivió la caída del país centroeuropeo y también, mediante sobornos a oficiales alemanes, salvó vidas de judíos, aunque no se ha podido cuantificar su número.

Se me permitirá, frívolo, que a esta breve selección de los nombres que robustecen la obra añada a José Luis de Vilallonga y su peripecia en una Lisboa atestada de espías. Mientras Javier Martínez de Bedoya, el encargado de prensa de la embajada, negociaba con los representantes de diferentes agencias judías, el seductor aristócrata español, y recién casado, vivía los líos amatoriomonetarios de las muy hollywoodienses hermanas Gabor, bajo la elástica férula de mama Gabor. Tercería fina, con papa Gabor, exiliado, joyero y paseante, al fondo y a un lado. Un momento screwball que mereció filmarlo Gregory La Cava.

Y al final de la lectura queda sedimentada una pregunta: ¿cómo fue posible una reconciliación tan rápida en Europa tras la barbarie de la II Guerra Mundial y sus secuelas? El misterio de la reconciliación que nace del misterio del olvido. El autor se apoya en su querido Steven Pinker para señalar lo insólito del brutal periodo dentro de «un proceso de civilización profundo, duradero e imparable, cuyas raíces están en la Ilustración».

Olvido y reconciliación. Y la escritura para buscar la verdad entre los plieges de la memoria y las palmadas de los abrazos. Y aunque las leyendas vivan, que no se diga que no hubo alguien saltando de los archivos a los salones y de estos a los escenarios para ajustar cada hecho a sus difusos límites. Y para poner a cada perlasca en su equitativo pedestal. O al menos intentarlo.

miércoles, 17 de abril de 2013

Manifestación republicana en Almería y en domingo

Asuntos familiares me llevaron a Almería el pasado fin de semana. Es agradable Almería en primavera; el pastoso calor veraniego aún no lo aplasta todo y la luz tiene su punto justo de mar.

Viajar no significa sólo desplazarse de un sitio a otro con más o menos placer; es sobre todo la relajación de las rutinas. En mi caso, la pérdida del sentido de la actualidad. Así es normal que no caiga en que es domingo, 14 de abril, aniversario de la II República, hasta que, subiendo por la calle Obispo Orberá, a lo lejos, una bandera republicana me centre. Habrá manifestación reivindicativa.

Llego a la Puerta de Purchena y a la estatua de Nicolás Salmerón comienzan a afluir los manifestantes. Pocos lugares de España se vanaglorian de tener un republicano tan presentable como Almería. Cuando un español achacoso del diecinueve salía político sus humores se solidificaban en lo ético: es fama que Salmerón renunció al cargo de presidente de la República, al mes y medio de su nombramiento, porque no quería firmar unas sentencias de muerte. Sea esto verdad o tal vez no se veía con facultades para enfrentarse a carlistas y cantonalistas, su figura de político decente encandila a todo aquel que se acerca a la política desde el lado del desengaño.
 
Decido quedarme a ver que pasa; me atrae saber cómo será una marcha republicana en una capital de provincias en pleno desbarajuste en la Familia Real. Leo en un cartel que la convocatoria es a la una  y, como quedan pocos minutos, curioseo Paseo abajo aprovechando la sombra de los árboles. Es mediodía y el sol empieza a picar. Los convocados afluyen sonrientes y vestidos con el flácido uniforme casero de los domingos. Una de las más nobles formas de fraternidad burguesa es solidarizarse con el clima. Mediado el Paseo, junto al Teatro Cervantes, una pequeña banda de música toca la Bella ciao, canción de la resistencia italiana cuyas alegres notas me convencen que la manifestación va a tener un tono festivo. La banda se pone en marcha hacia el punto de encuentro, recogiendo a los rezagados.
 
 
Ya están todos junto a la estatua de Salmerón. Pero como veo que no arrancan, me siento en la terraza de una cafetería cercana. En Almería, a estas horas y con este tiempo, es pecado no aprovechar los pequeños placeres del aire libre.  Aunque no sé si mi tapeo, una coca-cola con media tostada de aceite y tomate, sería muy canónico en una III República de trabajadores y trabajadoras con ciertos reparos a lo norteamericano. Desde mi privilegiada posición veo cómo se va completando el grupo. Entre las banderas, destacan las republicanas de diferentes tamaños; hay algunas del PC, de Izquierda Unida y de varios sindicatos. Me fijo en las que pone USTEA. Pregunto y me dicen que es un sindicato de enseñanza. ¿Se tratará de un grupo de educadores arrepentidos del tuteo en las aulas y que quieren reformar la educación desde un mayor cuidado de las formas entre profesor y alumno? Un posterior paso por su página web no me saca de dudas, pero la retórica parece que no va por ahí. Las indumentarias, ya he dicho, son cómodas y festivas; ni para tomar el Palacio de Invierno ni para asaltar las poltronas de una consejería. Me choca el poco perroflautismo y me maravilla la versión republicana de la camiseta de la selección nacional de fútbol. Corona mural en el escudo y dominio lógico del color morado. ¿Qué pensarán tantos periodistas que nos abruman con la Roja? Precisamente con la Roja.

De este ensimismamiento cromático me saca la charanga que toca el himno de Riego mientras le colocan a Salmerón una bandera a modo de capa. Aplausos y comienzo de la retahíla de eslóganes. Durante todo el recorrido predominará la consigna antigua, y por tanto poco esperanzadora, “España, mañana, será republicana”. Hay también referencias a Rajoy y su gobierno, a los desahucios y mucho lema antimonárquico. Los Borbones tienen una rima muy fácil.

La manifestación tarda en organizarse; mejor será comprobar su alcance a medio camino. Doy un rodeo por las calles adyacentes y decido visitar la cercana Iglesia de San Pedro. Allí se custodian dos joyas de la imaginería contemporánea: María Santísima de Fe y Caridad, de Álvarez Duarte, y el grupo de la Santa Cena, de Navarro Arteaga. Pero hay misa y no me gusta parecer un turista entre los fieles. Desde el cancel, durante la comunión, me pregunto si los republicanos no estarán cometiendo el mismo error que hace ochenta y dos años. ¿Es necesario que el anticatolicismo sea consustancial al republicanismo en España? ¿La cerrazón en los errores cometidos en el pasado no les hermana con el fanatismo religioso que dicen combatir? No aprovechan la mala imagen que entre los creyentes deben de tener algunos representares de la Corona con una lectura caprichosa de los mandamientos sexto y séptimo. Y esta gente, ante mí tan pacífica y ordenada, cuando se pone a defender lo suyo, se pone.
 
 
Regreso al Paseo y la marcha muestra toda su dimensión. Como no pertenezco al departamento de ojimetría de ningún periódico, no sé cuántos son los manifestantes, ni si la proporción es alta con respecto a los habitantes de la ciudad. Se lo dejo a los hermanos de la cofradía del Santo Ojo de Buen Cubero. La casualidad hace que me encuentre la manifestación cuando su cabecera va a pasar a lado de la sede del Partido Popular. De pronto, los portadores de la pancarta se vuelven y señalando con el dedo al balcón con el rótulo del partido, comienzan a corear “¡Ahí está, ahí está la cueva de Ali Babá!”. Pero se trata de un paso rápido; no se quiere agriar en exceso la protesta. Nunca se sabe si entre los pocos espectadores no saldrán algunos respondones y se líe. Todos hacen lo mismo: llegan a la altura de la sede, señalan con el dedo, gritan y se vuelve deprisa. Parece una jura de bandera.

El espectáculo comienza a ser repetitivo tanto en la calzada como en las aceras. Apenas hay comunicación entre ambas. La mayoría de los transeúntes se muestra indiferente. Si acaso una mirada y una sonrisa, no se sabe si de conformidad o de conmiseración. Y el proselitismo fuerte no era el fin de los prorrepública. Simplemente hoy tocaba salir a la calle. Visualizar la musculatura del grupo. Pero sin crispación.

Vuelvo a dar un rodeo. Tras el Teatro Cervantes, en el acceso acristalado a una de las galerías de los refugios de la Guerra Civil hay una  sorprendente pintada que es una célebre frase terenciana sobre los amantes, sus peleas y la reconciliación. Y en latín. Buen deseo para este día.
 
 
Se me echa el tiempo encima. La manifestación ya dura demasiado y me tengo que ir. Comida rápida y viaje de vuelta. En el trayecto hasta el coche voy reflexionando sobre todo lo visto y deduzco que a pesar de la importancia de los desencadenantes, no estoy ante un dramático hecho histórico. Ni siquiera provincialmente histórico. Pena. Confieso que me hacía algo de ilusión.

jueves, 11 de abril de 2013

La capa de Don Juan Carlos

Los teólogos católicos tradicionalistas dicen que los cimientos de la Iglesia comenzaron realmente a tambalearse cuando los herejes, a partir de la Ilustración, en vez de separarse y fundar sus sectas, decidieron quedarse dentro. A la intemperie sólo florecían las hogueras y las espadas. Además, en cuestiones teológicas se estaba hilando tan fino que a la censura pontificia le costaba distinguir entre lo ortodoxo y lo heterodoxo. Y nació el maricomplejinismo eclesial. Esto le pasó también a la monarquía española a finales del siglo pasado: que los republicanos no montaraces prefirieron resguardarse bajo el manto del monarca. Conocían las dos nefastas experiencias republicanas que sufrió España y cuyos procesos de mitificación se encontraban en marcha. A este compadreo, no exento de virtudes, lo llamamos juancarlismo.

Es error muy común, incluso en la crème brûlée de la intelectualidad, considerar al régimen constitucional que nació en 1978 como antagónico del franquismo. ¡Por Dios! La contrafigura de la Transición fue la II República. Franco alumbró un régimen excepcional de muy difícil supervivencia tras su muerte. El miedo que tenían los actores de aquella hora era que otro guirigay republicano, utopista y comecuras, concluyera de nuevo en autocracia. De ahí los pasos que se dieron: de la ley a la ley.

Y de la trampa a la trampa. So capa real se metió hasta el mismo rey y, ante la anuencia de los protegidos más avispados, empezaron a entrar banqueros de caza mayor, aristócratas a comisión y rubias legitimas, princesas de bote.

El tinglado se está desmoronando porque las varillas que lo sostenían estaban hechas de engaños, medias verdades y encubrimientos. Y porque los años no pasan en balde y los dichos y actos de los protagonistas se van ahuecando, faltos de la convicción de los primeros días. De la losa de Cuelgamuros hemos pasado la piedra pómez.

Un hecho viene a afianzar esta decadencia: la imputación de la infanta Cristina en el Caso Noós. Ver a una hija del rey haciendo el paseíllo camino del juzgado no sólo tiene la importancia de lo nunca visto, sino la trascendencia de lo esclarecedor. Hasta ahora Cristina nada más, y nada menos, había sufrido el descrédito nacional que nace de la pena de la televisión en sus dos subgéneros: la pena del Telediario y la pena del Sálvame. Al decir de los comentaristas la primera es más relevante que la segunda, pues no es lo mismo que la noticia la dé un presentador serio y trajeado que un gacetillero informal y florido. A mí me parece que el Telediario, que se eleva asépticamente en Informe Semanal, es al Sálvame lo que los desnudos, probables y maquillados, de Olvido Hormigos en Interviú a su vídeo municipal y obsceno: caer del hiperrealismo al realismo mágico; que de pronto al director de informativos se le ocurriera descender a un Ansón y posarlo entre las tricoteuses mallorquinas.

A los príncipes de Asturias les corresponde afianzar, reformando, un régimen que ha dado a España (y le sigue dando, ojo, no estamos en los sangrantes años 30) la etapa más próspera de su historia reciente. No les será fácil; la riada amenaza con ascender por el piedemonte.  Pero son ellos los deben liderar la transición del juancarlismo a la monarquía, frente a los republicanos que se gustan herederos de dos fracasos históricos, Y ofrecernos una familia real digna de ese nombre. Ajena a toda corrupción y con su poquito de cursilería. Qué más da. No dijo uno que lo cursi abriga. Algunas veces, hoy mismo, más que la capa de armiño.
 

jueves, 4 de abril de 2013

El ministro y el escrache

Lo que va pesando el blog. Comienza uno casi sin querer y se engancha. Y un día, fuerza mayor, te escondes temporalmente de la actualidad (ay, la Semana Santa, con sus devociones y afanes). Entonces las noticias, apenas llegan, se van, resbalándose como se resbalan las gotas de cera por el terciopelo negro un Viernes Santo de lluvia.

Pero hay se queo el paso y la lírica y tengo que volver a conectarme a la marciana y adictiva realidad periodística. Ruedo por la red hasta que me frena en seco Jorge Fernández Díaz. El protector de la especie humana en lo natural y en lo sobrenatural, me regala este párrafo:

"Utilizar esta forma de coacción es burlar los procedimientos democráticos. Después de los diputados, ¿quiénes serán los siguientes en ser acosados? ¿Los jueces, que pueden dictar sentencias que no gustan? ¿O los periodistas cuando vierten opiniones que no son del agrado de todos?"

Se refiere al escrache, ese nuevo fruto que nos llega de allende y que promete arraigar aquí como antes lo hicieron el tomate, la patata y la salida lavolpiana.

Para que la turba amedrente a una persona en su casa, sea un criminal condenado, un presunto o un van diciendo por ahí que, no son necesarias rectas razones. Simplemente que el Estado se esponje y que sus  poros los rellenen las rebabas del sistema. Si políticos, jueces y policías van en cascada desertando de sus obligaciones, sobreviene la confusión. Allí donde se agobian los espíritus puros. Verbigracia, el antedicho.

El ministro del Interior toma como inspiración para el párrafo anterior al pastor protestante Martin Niemöller y su Als die Nazis die Kommunisten holten (tranquilos, traduzco: Cuando los Nazis vinieron a llevarse a los Comunistas). Poema antinazi muy famoso, conocido por casi todos y si no se encuentra usted en el casi haga clic.

La diferencia entre lo escrito por Niemöller y lo manifestado por Fernández Díaz no es solamente estética, sino vivencial. El alemán fue perseguido por un Estado totalitario que quería acabar con sus enemigos de una forma ordenada, industrial. Niemöller se lamenta de no haber ayudado desde el principio a destrozar el engranaje nacionalsocialista. La nómina mensual del español nos dice que forma parte de un Estado democrático. Tiene poder sobre vidas y haciendas. Y la grave misión de mantener el orden. A no ser que el edificio del Ministerio del Interior sea una estructura ganada por el relativismo arquitectónico y sus rectores no sepan si pisan el suelo duro de la responsabilidad o légamo baboso de la insensatez.

Vamos a ver. Dice D. Jorge: “Después de los diputados, ¿quiénes serán los siguientes en ser acosados?" No. ¿Qué diputados? Sólo él y sus compañeros de partido. Es contra el PP contra el que se dirige el escrache. Ni el anterior gobierno socialista por los desahucios, ni ahora la izquierda y alrededores por convolutos, eres, tresporcientos, etc., sufrieron, ni sufren, humillaciones como las que los populares padecen en sus domicilios y ante sus vecinos.

Continúa el ministro preguntándose si después de los políticos, seguirán Ada Colau y su mariachi dando serenatas a jueces y periodistas. Pero hombre de Dios. Viene a elegir dos de las profesiones que los cacerolistas hueveros menos pretenderían hostigar. La justicia puede ser un cachondeo pero ay de ti: rásgale siquiera sea el dobladillo de la toga a sus señorías y verás en lo que queda la lectura alternativa del derecho. Menudos son. Parafraseando a Pla, lo más parecido que hay a un juez de izquierdas es un juez de derechas.

Y que me dicen de los periodistas. Cierto que no son tan corporativistas como los jueces y los periodistas liberal-conservadores podrían estar en peligro. Pero un altavoz es un altavoz, por poco alcance que tenga. Por cierto, gracias al  PP, que se dedica, con un empeño digno de causa más piadosa, a soliviantar y entorpecer a los medios afines al ideario de sus votantes. De todas formas, en las tertulias televisivas mucho grito y mala cara, pero el roce hace el cariño. Y está muy feo zarandear al cuarto poder, derecho humano.

Todo por no sacudirse los complejos y coger al bicho por los cuernos. Los escraches al hispánico modo son ilegales, ilegítimos y antidemocráticos. Nos llevan al totalitarismo por un camino más derechito que la corrupción. Primero, porque es una persecución hemipléjica: sólo van contra la derecha. Segundo,  porque bajo la apelación al pueblo siempre esconde la turba sedienta de líder y mano dura. Un gobierno democrático que se precie de tal no puede permitir que los totalitarios sobrepasen eso que los finos llaman ciertas líneas rojas. Cueste los escaños que cueste.

Menos lloriqueos. ¡Jorge, qué eres ministro del Interior! Te lo juro.