Hoy, en
el día del adiós de Mourinho, vuelvo la mirada atrás, a aquel final de mayo de
2010, y lo único que recuerdo es la cara de circunstancias de Valdano en la
presentación del portugués. Nadie me
emocionaba: ni el nuevo entrenador ni los fichajes estrellas de Özil y Khedira.
Aún me duraba el cabreo por la destitución de Pellegrini.
Yo, tengo que
confesarlo cuanto antes, soy un defensor decidido del Madrid de Juande y del
Madrid de Pellegrini. A pesar de chorreos, nanines y alcorconazos, el equipo en
Liga nunca le volvió la cara a un Barcelona con traza de eternidad. Llegó a la
última playa y los culés tuvieron que arrancarle el trofeo de las manos, felicitándose
porque el caído yacía exhausto en la arena. Una plantilla de musculatura
cascada que se mantenía en pie por la inercia que señala el escudo. Por eso le abrumaba
los torneos por eliminatorias: no hay nada peor para un boxeador aturdido que
dejarle unos segundos para pensar. Era
el Madrid un Juggernaut para partido de homenaje. Aquellos hombres, machihembrado de la decadencia
de Ramón Calderón y del cortejo estelar de segunda venida de Florentino, llegaron
hasta donde tenían que llegar. Nunca me sentí más despegado del club y nunca me
sentí más orgulloso de los jugadores. Así, de los jugadores, en bloque, sin
distinciones. Raro que es uno.
Y allí
estaba el coro de periodistas histéricos para arrasar cualquier atisbo de
cimiento sobre el que construir. El punto más débil, que siempre es el
entrenador se llame Juan Ramón López Caro o José Mário dos Santos Mourinho
Félix. Todo para apuntalar el ovejuno rumiar de pipas, atento al edredón y a la
cubertería, como tricoteuses que
saben quién manda en la guillotina. Portadas que se ciscan en cualquier tipo
objetividad y recato. Artículos que eran caricaturas vulgares del No es esto, no es esto orteguiano. La apoteosis en colorines del intelectual
colectivo. Así, seré por una vez tajante y altivo, el mourinhista lo es de
verdad si antes ha sido pellegrinista. Juande y Pellegrini, huérfanos de los
madridistas de la grada, del palco o del teclado, estuvieron mucho más
expuestos a la tramontana del Barça triunfant.
Mourinho
venía a subvertir el dominio blaugrana. Acababa de arrebatarle al Pep una champions
y arañar la máscara de la humilitat en
la noche de los aspersores. Receptor del odio culé y ganador nato. No era poco para
entusiasmar al madridismo. Pero yo seguía tan indiferente como ahora lo estoy a
la espera de su sustituto.
Los
comienzos fueron titubeantes, pero el Madrid llegó al Clásico un punto por encima del adversario. 5-0, a Mou le sobrevino la
realidad. En construcción o en conmoción, el club necesitaba otro rumbo. Y se
lo dio el entrenador desde la inmediata rueda de prensa. Aceptó la derrota como
la más abultada de su carrera, no admitió la humillación y, como único modo de
acabar con el equipo de Guardiola, adoptó la presión alta: en el campo, con
Pepe tirando la defensa quince metros más arriba, y fuera del campo, con
Valdano… Pero Valdano no estaba para empujes. A Mou le dijeron que tenía que
hacerlo todo, sobre el césped o sobre la moqueta. Es ya legendaria aquella
rueda de prensa con el papel de los trece errores de Clos Gómez. Y también él dejó
bien claro que no quería portavoces contra la única voz del club.
Entonces,
los creadores del villaratos, platinatos y otros cocidos maragatos se asustaron.
Mourinho daba la caña que ellos pedían, pero no aceptaba interferencias y nadie
le marcaba la agenda. Puede que hubiera un tiempo donde el periodista deportivo
fuera el representante de esa bendita profesión para cantar y contar las verdades del barquero;
hoy, salvo honrosas excepciones, no hay más que tertulianos, de pantalla o de
papel, que vocean filias y fobias al amor del último asador de moda. Y es aquí
cuando la figura de Mourinho, perseguida hasta la salita de estar, se eleva
sobre la de sus predecesores y adquiere tintes fordianos. Los que nos hemos
emocionado con la fiereza apesadumbrada de Ethan Edwards y la gloria silenciada
de Tom Doniphon, lo hicimos uno de los nuestros.
Diligente
y excesivo, pasional y meritocrático, Mourinho nos metió en un vértigo donde en
tres temporadas todo (Guardiola, Valdano, Casillas, el balón de oro, los
porqués, la liga de los records, el dedazo, el señorío, el modelo inglés…),
todo voló por los aires. Unas cosas han caído de pie, otras de nalgas; unos piden
auxilio, otros están espachurrados sin remisión. Nada será igual tras la
estancia del portugués en el banquillo de Madrid. Algunos dicen que como Atila,
no crecerá la hierba tras su paso. Lo que se ha acabado es el mamoneo:
liberados de las cadenas de mourinhismo,
jugadores, aficionados y periodistas deberán demostrar que la vida sin Mou es
superior. Los que juegan, ganando más y mejor; los que apoyan, animando (y
aplaudiendo, a ser posible a los que visten de blanco), y los que opinan,
juzgando transidos de señorío.
No
sabemos si el entrenador que venga terminará mitificando a Mou o lo desterrará
de nuestra memoria; lo que está por ver es que nos saque mejor prosa.
Mourinho no sólo ha retratado para la posteridad a una prensa envilecida si no que ha dejado la fotografía fija de una sociedad donde la meritocracia está mal vista y el status adquirido y el derecho de pernada marcan la pauta habitual y el discurrir de los dias.
ResponderEliminarEl mourinhismo es algo más que la admiración hacia un entrenador; es una forma de entender la vida.
Ir de frente y por derecho,decir lo que se piensa,enarbolar la sinceridad aun a riesgo de ganarse enemigos,premiar la meritocracia, despreciar los vicios adquiridos por la "casta" dominante -ya sean vacas sagradas de un vestuario o periodistas de mantel-, luchar por la equidad,lajusticia y el igual trato...
Mou se va,pero el mourinhismo queda.
Amén.
ResponderEliminarAÑADIR UNA SOLA COMA A LAS SABIAS PALABRAS DE NATALIA SERÍA UNA IMPERDONABLE TORPEZA. NO OBSTANTE, OS INVITO A DAR UN PASEO POR...
ResponderEliminarhttp://misantrolimpia.blogspot.com.es/2013/05/los-heterodoxos.html