sábado, 1 de febrero de 2014

El adiós de Pedro J.

Dicen por ahí, a mano izquierda, lejos, donde los chinos, que cuando el discípulo está preparado aparece el maestro. Mi Bruce Lee fue de papel. Me tropecé con él en el otoño de 89 recién licenciado en la Universidad. Un periódico salía a la calle y yo me internaba en El Mundo. Aquellos titulares como bombas y aquel columnismo de trinchera conformaron, en la parte que dejan los genes, mi perfil ciudadano. Mi largo periodo en el paro (yo soy de los que se curtieron esperando uno de los 800.000 puestos de trabajo del Gonzalato, ¡cuidadito gamonales!), el paro, decía, lo pase subrayando temarios de oposiciones y devorando columnas de papel. Columnas de más o menos fuste, con más o menos volutas, pero que con el tiempo se decantaron en tres órdenes fundamentales: Umbral, Burgos y Albiac.


¿Y Pedro J. Ramírez? Pedro J. era otra cosa. Era El Mundo. Se fueron los tres antedichos, y algunos más, llegaron otros y el periódico siguió siendo el mismo. Porque hablamos de un periódico de director, donde su influencia en la sociedad se mide por la  ubicuidad de su cabeza rectora. Y el Sr. Ramírez no ha parado; la investigación de los principales casos de corrupción institucional y económica lo ha convertido en el periodista más popular del país, con firmes defensores y acérrimos oponentes. Pero gracias a El Mundo, la investigación del 11- M, con luces y sombras, no fue otro tren desguazado. Con su pulcra imagen de tiburón de Wall Street supo atraerse a los lectores inquietos y cañeros, que cuando terminaban la última frase de Umbral corrían a colapsar las centralitas telefónicas de todas las tertulias radiofónicas de España.
 
En lo referente a la escritura, se ha reservado para sí la edición del domingo, parca en opinión, donde confecciona sábanas llenas de historia y malicia, y muy bien escritas. La calidad de su prosa nunca estuvo reñida con la cantidad, aunque algunas veces tras terminar el artículo grites: “la gallina”.  Privilegios de una calculada ambigüedad cuando convenía.
 
Antes de ayer nos enteramos que Pedro J. deja mañana la dirección del diario y su adiós es imposible separarlo de los últimos abandonos en el PP: Ortega Lara, Abascal, Vidal-Quadras (Mayor Oreja en el limbo). Al igual que estos, Ramírez se ha ganado la animadversión de la dirección sin tener la enemiga de sus lectores, que todavía, como las bases populares, no cierran la boca de incredulidad. La unión política del centro-derecha puede ser un bien mayor, pero no si se construye sobre la voladura de los principios que lo sustentan y el sí bwana. Cualquier persona con dos dedos de realismo sabe que gobernar no es lo mismo que hacer oposición, que un presidente también respira gracias a la rectificación y el cambalache. Sólo se pide un poco de prudencia y nada de chulería. Mal vamos si las llamadas al diálogo y a la transacción excluyen a los afiliados críticos. Oír los cantos de sirena de toda tregua trampa, especialidad repostera del separatismo, y ningunear a las víctimas del terrorismo, vaciará las filas del PP. A Vox en grito.
 
Con el tiempo descubrí que había vida más allá de El Mundo, que otras cabeceras completaban la realidad. Pero nunca negaré que comencé a sacudirme el polvo de la adolescencia, es decir, del conformismo, leyendo el periódico de Pedro J. Ramírez.

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